lunes, 29 de junio de 2009

Madre e hijo


La imagen de una madre mostrando a su hijo es tal vez la primera idea que a algún remoto hominido se le pasó por la cabeza representar cuando descubrió el poder del arte figurativo, por el tiempo en que superó la mera obtención de objetos útiles para pasar a algo más sublime: la obtención de "objetos inútiles". En el correr del tiempo, los más hieráticos arcaísmos escultóricos fueron superados lentamente por el grácil juego del movimiento entre la madre, que sujeta a duras penas a su niño, y éste, que se contorsiona inquieto bajo el brazo de aquella. Ahí está la gracia: un brazo que no vemos, sólo lo intuimos. De igual manera que la cansada madre dobla unas rodillas que tampoco vemos: las adivinamos bajo los ropajes de unas telas que tampoco existen. Unas telas rojas, que era el color mágico de la edad media, de la edad en que el hombre era consciente de sí mismo. El plegado de las ropas, el movimiento del cuello del niño, el juego de las manos entre la madre y el inquieto infante... son detalles que muestran un avance en la escultura románica. El gesto adusto de la madre, sus ojos almendrados.. son por el contrario, pruebas de su estilo arcaizante. Una talla impactante en suma, la que muestra la foto, que tomé en el claustro de la catedral vieja de Plasencia. La talla estaba sobre una columna a la entrada misma del claustro desde el acceso lateral de la vieja catedral románica de esta villa extremeña. Volveremos sobre ella.

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